"No sé cuando empezó porque él ya estaba. No era diferente a mí, era mas bien, mi opuesto. No recuerdo la primera vez que lo oí hablar ni el tema que me planteó, pero seguramente era sobre mí o algo que había hecho. Generalmente ocurría de noche, cuando trataba de dormirme. Me atacaba con cuestionamientos y quejas. Por suerte no me costaba callarlo y rara vez le prestaba atención a lo que me decía. Era solamente un rencor débil. Pero no tardó en ganar fuerzas.
Quizás fue mi naturaleza desconfiada y temerosa lo que lo fortaleció y le dio una voz más grave, capaz de hablar cuando él quisiera; antes, durante o después de cada cosa que yo hiciera.
Su fortalecimiento y mi debilitamiento lo hizo mas presente. Ya no me aconsejaba, me ordenaba. Dentro mío ya no había solo uno; eramos dos, él y yo. Dominante y dominado. Me encontraba preso y al mismo tiempo, libre. Libre de actuar a mi propio albedrío, pero encerrado en la constante desaprobación de él, que en algún punto era yo mismo. Entonces era difícil pelear contra él, porque era derrotarme a mí mismo. Él lo sabía y lo ponía en ventaja. El no poder controlarlo me sacaba de quicio, era demasiado. Él era impulso, deseo, pulsión; yo trataba de ser control, razón y sensatez. Era Obvio que no podía controlarlo, hasta que llegó al punto de querer tomar control de mi cuerpo. Y eso hizo. Se invertieron los roles. El que era antes no soy, soy aquel que nunca quise ser, agobiado por un débil yo pasado que quiere retomar el control."
Por esos días, adolecer era una triste novedad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario