miércoles, julio 21, 2010

Percepción-Recuerdo.

La cola de la caja para clientes comunes avanzaba lentamente y en zigzag, a diferencia de los Platinium y los Gold Premium que hacían parecer nuestros minutos más largos en comparación. La calefacción al máximo, la gente entre humeda y molesta, el silencio lúgubre de la hora pico. Era lo malo del banco a esa hora, los días de lluvia. Ella se apoyó en mi pecho y me llenó la cara con su pelo. Resoplé y me miró divertida mientras me abrazaba.
- Salí, que hace un calor acá- le dije mientras apartaba mi cabeza de los hombros lo máximo que mi físico permitía.
- ¿Qué calor? Mira como tengo las manos- me dijo e inmediatamente puso sus garras congeladas en mi desprotegido cuello.
- ¡Dale, tarada!- Solté al sentir el escalofrío bajar hasta la mitad de mi espalda y me sacudí bruscamente. En mi forcejeo por liberarme de sus dedos fantasmas, mi codo derecho se incrustó en las costillas de una señora que también esperaba en la cola. - Perdone, señora, perdone- me deshice en disculpas y me volví hacia ella para fulminarla con la mirada mientras se hacía la que no me conocía y se reía por lo bajo, cubriéndose la sonrisa con su mano congelada.


- Es medio pelotudo el nene, eh.- le susurré en el oído y la abracé desde detrás. La giré suavemente para que pueda apreciarlo en todo su esplendor.
- Ay, por favor, no digas eso. No seas malo.- Me dijo indignándose como bien sabía hacer yo, cuando era mas correcto y considerado.
- No soy. Escuchalo un segundo.
El nene estaba parado entre las piernas de su papá, a tres personas de distancia de nosotros. Tendría, como mucho, cuatro años.
- Gol, gol, gol. Gol gol golgol gol. Gol.- repetía una y otra vez, variando la entonación pero con los ojos vacíos, sin prestar atención a lo que decía.
- Ay, tonto, quizás es enfermito y vos te estás burlando.- Dijo con su amor cristiano de domingo a la mañana.
- Sh, sh, escuchá...
- Gol gooool, gooooool. GOOOOOOL, goooool papito gooooool.-
Sofoqué una carcajada.
- Es glorioso.- le dije y me aparté de su oído para apoyar mi pera sobre su cabeza. Apenas se escuchaba a la gente pegada contra el vidrio completando transacciones, apenas se escuchaba la lluvia cayendo sobre toldos y paraguas. Me chistó dos veces para que vuelva a poner mi mejilla contra la suya. Respondí con la mirada perdida en el brillo del vidrio que nos separaba de las cajas.
-¡GOOL!- gritó de pronto el nene, con una voz impropia, de caverna y trueno.
No aguanté más y atiné a morderle un hombro para no reírme. Ahogó un grito de sorpresa y dolor, me pegó en la cabeza para que la suelte y escondió la cara entre sus manos buscando su rostro más serio. Yo me mordí el índice y respiré profundamente.

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