Ayer, mientras miraba díez metros de madera artísticamente convertirse en cenizas, me di cuenta de que no importaba.
No importaba la gente, tan violentamente ensordecida por los fuegos artificiales y las tradiciones prestadas. No importaba ese oleaje de cuerpos que marchaba siguiendo los tumbos de otros cuerpos que corrían hacia otra hoguera. No importaban las calles ni las plazas ni los siglos de historia que descascaran las paredes de las iglesias.
Salí con la idea de despejar la mente por un rato, dejar de pensar en que ya no se puede fumar más y que para buscar trabajo ahora hay que ir a Benidorm, que esta más lejos y si o si tengo que ir en tram. Salí con la premisa de que una noche así no voy a ver nunca más, que perderse las hogueras de San Juan sería una picardía, ya que estoy acá.
El catalán y el francés me convencieron de que vaya con ellos y yo acepté porque sé que son compañia y le prestan mas atención a las personas que a la gente y los fuegos de artificio.
A las doce en punto, cuando estaban por empezar las celebraciones, tres llamadas pérdidas, cuatro palabras por teléfono y un mensaje donde me recomendaba que escuchase a la letra de una canción que no escribió ella porque le ganaron de mano, irrumpieron en mi realidad. Ese oasis de sonrisas término siendo un espejismo de arena y sal y cuando finalmente aparte la vista de la pantalla del celular, estábamos a unas cuantas cuadras de donde había recibido su llamada, a pocos metros de una peligrosa pira que vomitaba sus llamas más allá de lo seguro. Miré a la hoguera y no sentí nada, me daba igual que fuese una torre quemándose o un recital de Faith No More y Alice in Chains en Argentina. Y a mi alrededor había gente que no me importaba y árboles que no me importaban sobre plazas que no me importaban rodeadas por calles que tampoco me importaban. Y me sentí prisionero de toda esa gente, que bramaba por agua y fuego. Y cautivo me fueron empujando hasta otro monumento de madera, que esperaba el mismo destino y ofrecía las mismas sorpresas que el anterior. Siguiendo a mi mente, mi cuerpo se fue despegando de todas esas sonrisas y rostros expectantes, para retomar el camino hacia el siglo sin horas en donde vivo sin ella.
Y la canción a la que tenía que prestarle atención, con un título que ya de por si me tiraba los ánimos por el suelo, sonó varias veces, esperando que quizás el reclamo ofrezca la solución y en vez de ser algo cruel, sea otra cosa, cualquiera, menos eso.
Pero no hubo suerte.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario