La ciencia cognitiva había hecho enormes avances en el campo de la inteligencia artificial, superando el primer bache de su teoría al poder programar un soft capaz de simular a la perfección las emociones humanas. El complicado algoritmo permitía a la AI generar una lista de prioridades para así poder establecer un orden de preferencias y poder así emitir juicios de valor sobre los temas más diversos.
La industria de androides tuvo que pelear intensamente en las cortes para poder así utilizar este software en sus modelos nuevos y así poder crear al primer humano cibernético. Tras el éxito rotundo del producto/individuo, la venta de los esclavos robots multipropósito reprodujo en escala aumentada el fenómeno del automóvil de hacía ya cuatro siglos.
Silvia prendió el androide y, manual en mano, introdujo las directrices primarias, las paradojas operativas y los parámetros de comportamiento lineal. En cinco minutos, el servo-humano estaba preparando la comida.
Luego de la cena, el robot comenzó a discutir con Silvia sobre teología, cuando éste notó el diploma de doctorado que adornaba la pared de la chimenea, lo que ella encontró sumamente divertido.
Y aunque al día siguiente ella tenía que entrar temprano a la oficina, se quedó charlando sobre cine italiano y revistas americanas de psicología. Pero mientras se adentraban en temas cada vez más complejos y suntuosos Silvia tuvo una consideración extraña con el androide y le pregunto: "De casualidad esto te esta aburriendo?" a lo que el robot replicó: "Permítame el atrevimiento, pero como aburrirme si en mi protocolo de preferencias estar con usted ocupa la primer referencia de importancia?".
Silvia no pudo evitar sonrojarse, pero al segundo siguiente, asqueada por su reacción, se marchó a su habitación sin siquiera despedirse de la máquina. Si el inerte pedazo de plástico y silicio hubiese tenido el pulso imperfecto de un humano, quizás ella se podría haber enamorado.
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