Fabián.
¿Por qué te tenés que dar vuelta ya? ¿Por qué no me das un segundo más, me dejás armar estas palabras? Fabián. ¿Cómo empiezo? ¿Por dónde arranco? Vení Fabián, sentate Fabián. Yo sé que la espera te tiene alerta pero no me mires así, con esos ojos de duda que carcomen hierro, con la boca hecha un tajo improvisado que resopla preguntas. Fabián, escuchame. Pero dejame acomodarme para desacomodarte, dame un instante para aceptar mi rol de mensajero, para poner en palabras lo incomunicable.
Fabián, te soy honesto. No sé que decir.
Quedate sentado, Fabián. Dejame que te sostenga antes de tiempo, mientras te retengo en la silla con mi mano izquierda en tu hombro. No empieces a sospechar. No te derrumbes. Fabián, no lo puedo decir de otra manera. El mundo ya cambió, pero ¿por qué siento yo la culpa?
Ya lo sabés Fabián, ya lo intuías. Pero lo tengo que decir.
Sin anestesia.
Se mató Érica, Fabián. Se mató Érica.
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