Es un lugar extraño, el interior del colectivo, tanto que tengo la impresión de que solo existe uno, que debajo de todas las carrocerías se encuentra esa especie de cuarto mutante, fluctuante pero inalterable, de sillas cambiantes, de pasillos con relieve, de martillos amurados tan difíciles de sacar ante cualquier accidente.
Este espacio común, limbo de uno con diez, aparece al poner un pie en el primer escalón y seguir la procesión, apelmazarse contra la máquina expendedora, balbucear sobre el hombro el importe al chofer y un pasito mas para el fondo, por favor.
Inmediatamente uno se encuentra en el medio del asunto, en un lugar curiosamente familiar, rodeado de extraños que, en su intrascendencia, parecen repetirse en cada una de las ocasiones que viajamos en colectivo. Y uno se abandona en sus pensamientos, a mirar hacia afuera, siempre y cuando la aglomeración de personas y mochilas y carteras y maletines y bolsas y bultos y bebés que lloran y celulares con pequeños parlantes saturados y conversaciones poco importantes entre escolares con hambre de historias de sexo y el ocasional vendedor ambulante lo permitan.
Y si lo permiten y nos aburrimos de ver hacia afuera, coqueteamos con el monstruo de la revelación, porque la pantalla de identidad del interior del colectivo es muy frágil y quienes se atreven a ver un poco mas allá de las formas y las configuraciones espaciales, de las calcomanías y los espejitos recortados en forma de corazón, con nombres de hijos fileteados, tan parecidos a los adornos de tumbas, comprenden que solo hay un espacio sin tiempo, un tiempo sin espacio, una suerte de purgatorio entre puntos de salida y llegada, donde (¿o "cuando"? ¿cómo hablar de un no-lugar?) la pena de la rutina se comparte a través del pasamanos y deja impregnado en la mano su olor a sangre coagulada.
Pero pronto la vergüenza de pecar de egocentrista refuerza la fachada de individualidad, y el interior del colectivo se hace concreto y único, y nosotros dejamos las nebulosas para el espacio, la incertidumbre para la física y el boleto en la mano, por si sube el inspector.
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