Con facilidad impropia (Rita bien sabe cuanto me cuesta eludir responsabilidades civiles y de etiqueta) me deshice del saco y la corbata, de la imperenne sonrisa amable y de la conversación manteniendo-contacto-visual-a-un-solo-ojo. Mientras me subía al auto de Valen, este pasó del ronroneo de la espera al rugido de la huida.
Dejé caer mi cabeza hacia atrás lo mas que le permitió el cuerpo y el asiento, esperando poder observar la vereda del salón como un techo y toda esa gente tan bien vestida, como brillantes arañas de cielorraso de iglesia. La risa hizo un rulo en la garganta, un vuelco en el cerebro para bajar a mi cuello. Apretada entre piel y camisa, salió como un suspiro por la boca, tan abierta, que parecía comerse al mundo. De la risa solo conservé el rictus, mientras me acomodaba nuevamente en el asiento, al mismo tiempo que le propinaba una patada al asiento de Valen.
- Que los dioses te acompañen, Valen Phobogetes, y que las Cárites de Afrodita no reparen en cuidados hacía ti. A buena hora vienes a buscarme, en esta nefasta reunión.
-Feliz cumpleaños- me dijo Valen, con los ojos desorbitados de ácido y epopeyas- Vayamos a robarle las tijeras a Átropos, hija de Nix, Guardiana del Juramento, última de las Moiras.
Y nos entregamos a la locura y a la noche, entre alaridos y violencia, como si hubiésemos sido creados para cortejar a las Erinias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario