Comprendía muy bien el hecho de que cuando uno tiene el corazón destrozado se cree mas allá de todo sentimiento cálido. Apreciaba ese estado y lo anhelaba, porque sabía que solo los mejores poemas de amor se pueden escribir cuando descreemos de él.
En el torrente hipócrita de palabras dulces y engaños a sabiendas, escribía en su roído cuaderno de tapas blandas ilusiones que los tórtolos sueñan despiertos. Decía que eran suyas las lagrimas del cielo que habían erosionado la cubierta de esas hojas.
Esas coplas bastardas poblaban el (( cuidadosa, metódicamente descuidado )) libraco. Todo detalle mínimo estaba planificado, fríamente, salpicado entre sílabas y rimas usadas en demasía. Y los poemas le sacaban una sonrisa malévola, al regocijarse sabiendo que algún ingenuo se identificaría honestamente con aquello que él ya no necesitaba sentir. Era su ultima broma, la venganza máxima del despechado.
Él, que se encontraba fuera de su influencia, se burlaba del amor, alimentándolo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario