miércoles, agosto 25, 2010

El día después de mañana

No sé si es lo que estoy comiendo o lo que estoy leyendo, pero en el sueño el tipo caminaba por un barrio bombardeado por la Guerra, parecido a un ghetto judío que vi en un documental. La nieve le atacaba el rostro, aunque no sé muy bien si era que nevaba o si había nevado y era el viento el que levantaba la nieve de los autos destrozados que había a los lados de la calle. Él iba vestido con un sobretodo inmenso, gris también, como la nieve y los edificios. Con una mano se sostenía la capucha que le tapaba casi toda la cara y con la otra mantenía el cuello cerrado.

Parecía que se estaba llevando a rastras a si mismo, que el viento que lo detenía no era otra cosa que su voluntad de no seguir y sus manos sosteniéndolo en alto y avanzando eran su obstinación por no detenerse. No había nadie mas. No parecía existir nadie mas. Solo ese tipo caminando, enterrando sus pies en nieve oscura, adentrándose en esa ruina de ciudad, avanzando en linea recta.

En el instante en que me percaté de un brillo de fogata en los edificios, el tipo ya se encontraba en una habitación no muy grande, sentado frente a una mesa de restaurante italiano, con mantel blanco y rojo a cuadros. No había otro color en esa habitación pequeña, en ese mundo de nieve y viento, mas que ese rojo fuerte del mantel. Encorvado, con los codos apoyados en la mesa, el tipo tenía la cabeza gacha, recuperando las energías. Me pregunté a quien esperaría, si acaso ese restaurante era un punto de encuentro en la desolación.

Lo inmóvil de la escena me hizo comprender que él estaba cansado a mas no poder, que eso era un safe haven, que tenía la cabeza gacha porque miraba aquel rojo del mantel porque no existía en ningún otro lugar de ese mundo. Caí en cuenta de que no vendría nadie más a ese restaurante,

El viento comenzó a soplar y los muebles que lo rodeaban se volvieron nieve. Sus brazos, automáticamente asumieron la misma posición que antes y lentamente se incorporó y comenzó a avanzar. El mantel duró un segundo pegado a su pecho por la fuerza del viento, antes de volar entre la nieve que lo devoraría cuando toque el suelo.

La misma calle, el mismo paisaje y el conocimiento de que no va a haber mas manteles italianos para resguardarse de aquel viento que se hacía cada vez mas fuerte.

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