jueves, junio 30, 2011

Tener sed siempre a mano

Cuando uno la luz ha pagado
Y en la oscuridad tiembla de medio
seda con el terrible hallazgo
que la vid es solo un sueño

Es en esos momumentos
donde uno debe ser tira no
oh vi dando los pre textos
y tener sed siempre a mano

y templar si es que se tiembla
y llorar si es que se yo hora
para despertar se vi viendo
parana ser en la aurora.

miércoles, junio 15, 2011

El post que nadie leyó porque medía un kilometro

... y no hablaba de desamores

Tío y Mamá no me quisieron creer cuando les dije que había una bomba en el jardín. Yo estaba por salir de casa para ir a la escuela, primero pasar a buscar a Loprito por la esquina de 9 de Julio y Azcuénaga, jugar a tirarnos bolitas de paraíso de vereda a vereda y correr una carrera hasta la escuela, para llegar antes de que empiece la clase de la Señorita Silvia que nos tenía entre cejas. Pero antes de poner un pie en la calle, cuando estaba por abrir la puerta del jardín, me di cuenta que, al lado del pinito, estaba tirada la bomba. Entré corriendo a casa, gritando la noticia, pero Tío y Mamá, que estaban charlando en la cocina, no me prestaron atención. Cuando tiré del delantal de Mamá, ella me miró con cara de "los adultos están hablando, Hugo" y yo le repliqué con cara de "Pero es urgente, hay una bomba en el jardín", lo cual fue una inspiración del momento, y aunque me salió bastante bien, siguieron sin prestarme atención. Por suerte el Bobi no dejaba de ladrar y cuando Tío salió cinturón en mano para callarlo, vio la bomba y llamó a Mamá para que vaya.

Uno se daba cuenta enseguida que era una bomba porque era igualita a las que mostraban en las pelis. Tenía tres tubitos colorados, cuatro cables blancos y un reloj digital con números en rojo. Estaba tirada de costado, con el reloj para arriba, muy cerca del pinito. Seguramente el Bobi habría querido ir a pillar al pinito y se habrá asustado al encontrar la bomba. Tío lo tenía de la correa, porque el Bobi se había vuelto loco y quería oler la bomba a toda costa. Mamá me tenía de la mochila porque yo no quería ser menos que el Bobi y quería investigar la bomba antes que él.

Tío y Mamá se miraron y al mismo tiempo se encogieron de hombros. Tío levantó una mano y le pegó con fuerza al Bobi en la mitad del lomo. El cuero del cinturón hizo un chasquido tan fuerte que tapó el ladrido de dolor del perro. El Bobi salió corriendo a la cucha, mientras lloraba agudísimo. En seguida, Mamá levantó una mano y yo me safé de la mochila y corrí hasta la bomba. Para que no me peguen como al perro, agarré la bomba y la abracé como lo abrazaba a Bobi cuando era cachorro. Los dos se quedaron congelados, mirándome con caras de susto.

- Hugo, dejá eso ahí- dijo Mamá, enojadísima. Su tono de voz me hizo abrazar la bomba con más obstinación.
- No Mirta, que no la mueva más que puede explotar. Huguito, quedate así como estás- dijo Tío, que parecía saber más de bombas que Mamá. A mi la bomba no me causaba mucho miedo, por lo menos, no más que el miedo que me daban los chirlos de Mamá. Y todo porque a alguien se le había ocurrido tirar una bomba en el jardín de nuestra casa.
- ¡Pero como va a tener eso en brazos!- gritó histérica Mamá.
- Tranquilizate Mirta y llamá a papá- dijo Tío y cuando decía "papá" quería decir "Abuelo", porque él todavía no entiende que Papá es otra persona. Mamá se fue diciendo algo entre dientes mientras entraba a la casa a buscar a Abuelo.

Abuelo bajó lento las escaleras al jardín y yo le sonreí cuando me guiñó un ojo al verme. Después se dio cuenta de que yo tenía la bomba en brazos y frunció el ceño. Se paró a un paso de mi y le alcé un poquito la bomba para que no tenga que inclinarse tanto al estudiarla.
- Si, es una bomba- dijo Abuelo después de observar el objeto por un rato y Mamá hizo un sonido que parecía de toro enojado.
- ¡Bueno, hace algo papá!- dijo Mamá y Tío la agarró de los hombros y la sacudió un poco.
- Mirta, ¿te quedás tranquila? Andate para adentro que nos ponés a todos nerviosos y esto en una patada lo arreglamos- le dijo Tío muy serio. Sin el cinturón puesto, el pantalón se le bajaba de lado y se le veía el calzón. A mi me causo gracia.
- Yo me voy adentro con Hugo, antes no- dijo Mamá, mientras se ponía a llorar.

Yo no quería ir para adentro, porque seguramente Loprito estaría en la esquina de 9 de Julio y Azcuénaga, preguntándose por que tardaría tanto en llegar y yo odio dejar a la gente esperando. Mamá empezó a moquear y Tío le decía que pare, tonta, que no pasaba nada.

- Che, Núñez- se escuchó en la puerta. Miré por entre las rejas y vi la cara regordeta de Loprito.- Núñez, que vamos a llegar tarde a la escuela-
- Ahora no puedo, Loprito- le grité- tenemos una bomba en el jardín.
Loprito puso cara de entender la situación y a mi ya se me hacía que, como se lo estaba tomando todo el mundo, tener bombas en el jardín era una cosa de lo más común. Mamá estaba teniendo un ataque de llanto y Abuelo tuvo que ayudarlo a Tío a agarrarla, porque le agarró un berrinche que ni te cuento y pataleaba como si estuviese nadando.
- Vení Núñez, dejame ver un poco- me dijo la cabeza de Loprito que se asomaba en un agujero en los ligustros.

Como Tío y Abuelo estaban muy ocupados tratando de acostar a Mamá en el pasto, yo me moví del lado del pinito y fui hasta donde se asomaba Loprito
- ¿Pesa?- me preguntó, a lo que le respondí con una negación con mi cabeza.- ¿Qué viene a ser lo que tiene ahí?- me dijo señalando con la nariz. Yo, que hacía un rato que la tenía en andas, ya me sentía un experto en bombas, así que le explique.
- Esto que tiene acá, ¿ves los tubitos? viene a ser el explosivo; lo de acá son cables que llevan la orden de detonar a la bomba y el reloj es lo que cuenta los segundos que quedan para que explote.
Loprito se quedó mirando largo rato la bomba, primero, con cara de pregunta, después de sorpresa y al final, con cara de tarado y cuando ya me estaba cansando de ser una repisa humana, levantó la mirada y me dijo:
- Pero... ¿no tendrían que ir para atrás los números?

Cuando les pude explicar a todos lo que había descubierto Loprito, nos reímos un rato largo. Abuelo nos hizo pasar a todos adentro de casa para tomar un poco de jugo y Mamá se amigó con Tío, aunque él le seguía diciendo que era una boba. Loprito le decía a Tío que a él también le gustaría que en su casa tiren una bomba, y no tantas piedras, porque él es así de envidioso. Abuelo se tomó el atrevimiento de llevarse la bomba a su habitación para usarla de despertador y, hasta donde yo sé, no hubo ninguna explosión. Lo único malo de todo eso fue que la Señorita Silvia nos puso a Loprito y a mí una mala nota en el cuaderno por llegar tarde y nos llenó de tarea. Todo porque a alguien se le ocurrió tirar una bomba que cuenta para adelante en el jardín de mi casa.

martes, junio 14, 2011

Veinticinco años sin Borges

... y yo escribiendo cuentos. No tengo vergüenza.

Juro que sonó como un bebé llorando.

En la penumbra del cuarto, donde apenas se recortaba el contorno del armario contra la pared, el gato de Sofía dormía en algún lado. Acostumbraba a entrar por la ventana, en cualquier momento de la noche, sigiloso como el ascenso de la luna. Volvía de sus cacerías, de sus enfrentamientos por territorios o hembras, volvía silencioso, con la calma que solo los vencedores conocen.

Nosotros sabíamos que estaba ahí como todas las noches, aunque no lo pudiésemos ver, porque los gatos y los hombres somos animales de costumbre. Siempre que una pierna o un brazo estuviesen fuera de las frazadas, colgando de la cama, el gato venía a acariciarse. Eso nos causaba tanta gracia como asco.

Gracia, porque no precisaba de nuestra cooperación al momento de acariciarse. Bastaba que el brazo esté colgando, para que él se deslice entre los dedos, que lleve la palma hasta su lomo y que enrosque la cola en la muñeca. Todo esto sin que nos diésemos cuenta, pocas veces nos despertaba.

Asco, porque muchas veces venía magullado, todavía sangrando de algún enfrentamiento y a la mañana, nos descubríamos con una mano llena de sangre de gato seca, la cara manchada, las sábanas como un lienzo de una pintura carmesí. Y el gato, en un rincón, durmiendo, esperando la tarde para salir de su letargo y volver a sus andadas.
El abuelo de Sofía desconfiaba del gato, decía que si fuese bueno, ya se habría muerto en algún baldío. Mi novia, en cambio lo amaba como solo las mujeres solteras pueden querer a un gato. A mi me era indiferente hasta aquella noche.

Era entrada la madrugada, cuando el roce del pelo del gato en la planta de mi pie me sobresaltó. Había soñado con tristeza y llantos, y tenía la boca seca. Antes que pudiese acomodarme nuevamente entre las sábanas lo oí. Un quejido lastimoso de bebé, en algún lugar de la habitación.

Quizás era un caso de indigestión de cuentos de Cortazar, la vigilia peleando con el sueño por ver quien interpretaría primero la realidad, entre los escombros de una ficción que poco a poco se volvía oscura como el fondo del cuarto y el sollozo del bebé.

Si era parte de un sueño, ya se tendrían que haber disipado, como la modorra que le iba haciendo lugar a un sentimiento de alarma que no parecía tener sentido. Pero el gemido del bebé volvió a sonar durante un segundo, en la esquina más alejada del cuarto, debajo de la ventana por donde entraba el gato. La claridad que brillaba en la ventana, hacía más difícil ver que había allí debajo.

"Debe ser el gato llorando" intenté tranquilizarme, mientras lo buscaba con los ojos ciegos. Luché contra las sábanas, que habían atrapado mi brazo derecho a lo largo de la noche, y traté de alcanzar el interruptor del velador. Tanteando, dí con el cable y lo empecé a recorrer con los dedos. Hacia arriba, choqué con el cuerpo del velador, había ido en la dirección equivocada. Cambié la dirección y en la mitad del descenso el bebé claramente tuvo hipo, hipo de bebé, no podía ser el gato y parecía estar a un metro de distancia, sobre el escritorio que lindaba con la mesa de luz.

Me paralicé y abrí los ojos lo más que pude, tratando de que hasta la última gota de luz entre en mis retinas y pudiese ver qué era lo que lloraba y gateaba encima del escritorio, qué era eso que estaba a punto de caerse, pero saltaba a último momento a la mesa de luz y se acercaba llorando a centímetros de mi mano y era un llanto de bebé, estaba seguro que era un llanto de bebé reclamando.

Metí el brazo nuevamente en la cama y me cubrí completamente con la frazada. El gemido se ahogó entre las capas de abrigo. Sentía el cuerpo agarrotado, llevado al extremo de la fuerza física, agarrando las frazadas tan fuertemente que me lastimaba las manos. Después de un minuto que tardó una eternidad, el llanto pareció alejarse, volver al escritorio, retirarse hasta el armario, hasta que un último hipo sonó sobre el umbral de la ventana. Hubiese deseado en ese momento asomar la cabeza y ver la silueta de aquello que había estado rondando en el cuarto, pero el terror no me dejó moverme y casi instantáneamente caí en un sueño profundo.

A la mañana siguiente encontramos al gato muerto debajo de la ventana. Estaba tan seco que parecía embalsamado. Después del desayuno, rompí con Sofía.

miércoles, junio 08, 2011

Terrores ambulantes

No te das cuenta, nena, no te das cuenta que cada vez que te parás abajo de esa luz no sos vos y yo empiezo a ser otro y te empujo contra mi para que no se te deforme la cara pero, que inútil que es, si ya no sos vos, nena, si ya tenés otras cejas y yo te aprieto contra mi cara, siento el calor de tus mejillas y con miedo abro los ojos entre los besos porque las cejas siguen ahí y te cae un mechón de pelo que nunca fue tuyo, que apartás con esas manos que no se parecen en nada a las tuyas y ya es tarde, nena, tengo que meterme dentro tuyo y rescatarte, tengo que escapar de vos y de lo que te estás convirtiendo, y sé que no comprendés, nena, si me mirás con lástima mientras me desespero al pelear con tus formas, porque sé que ya perdiste los ojos también y no sos vos la que me tiene tanta pena, y trato de encontrar un centímetro de piel que sea tuyo, que no haya cambiado, pero no estás ahí y qué lejos que parecés estar ahora, mientras me mezclo entre estas cejas, estos ojos, estas manos, esta voz que me susurra al oído que la haga mía, que no es tu voz y no son mis oídos, porque yo también ya cambié, ya soy otro y puedo verte confundida a los pies de la cama, me apiado y voy a tu encuentro, dejando que los cuerpos se reclamen, se sacien y se amen, no emitimos comentario, solo te miro y te reprocho con tristeza, porque no te das cuenta, nena, no te das cuenta.

martes, junio 07, 2011

Como esta, si vos vieras, tengo unas cuantas tiradas en el fondo del cajón de la mesa de luz

May your shadow be casted, upon the silent bed
upon the empty staircase, spread on every step
May your ghostly fingers send the wind as a caress
so I can join the curtains, in a perpetual ghost dance

May your summer smile burn brightly, shining copper red
and lit my soul as a candle, against the window pane
May your soothing voice sound mighty, like a whisper in my head
May the path be lighted by lighting, may the air be clothed in rain

May "here and now" remain as a promise
As the echo of the only word
May the pass of time remain unnoticed
like memories inside a box
May you and me
Keep echoing
Forever and ever more


... haciendo lo que deben hacer. Juntar polvo y lloriquearle a la nada.

miércoles, junio 01, 2011

Hoy tuve 3 dedos en el ojete y no se me ocurre un puto título

Es un lugar extraño, el interior del colectivo, tanto que tengo la impresión de que solo existe uno, que debajo de todas las carrocerías se encuentra esa especie de cuarto mutante, fluctuante pero inalterable, de sillas cambiantes, de pasillos con relieve, de martillos amurados tan difíciles de sacar ante cualquier accidente.

Este espacio común, limbo de uno con diez, aparece al poner un pie en el primer escalón y seguir la procesión, apelmazarse contra la máquina expendedora, balbucear sobre el hombro el importe al chofer y un pasito mas para el fondo, por favor.

Inmediatamente uno se encuentra en el medio del asunto, en un lugar curiosamente familiar, rodeado de extraños que, en su intrascendencia, parecen repetirse en cada una de las ocasiones que viajamos en colectivo. Y uno se abandona en sus pensamientos, a mirar hacia afuera, siempre y cuando la aglomeración de personas y mochilas y carteras y maletines y bolsas y bultos y bebés que lloran y celulares con pequeños parlantes saturados y conversaciones poco importantes entre escolares con hambre de historias de sexo y el ocasional vendedor ambulante lo permitan.

Y si lo permiten y nos aburrimos de ver hacia afuera, coqueteamos con el monstruo de la revelación, porque la pantalla de identidad del interior del colectivo es muy frágil y quienes se atreven a ver un poco mas allá de las formas y las configuraciones espaciales, de las calcomanías y los espejitos recortados en forma de corazón, con nombres de hijos fileteados, tan parecidos a los adornos de tumbas, comprenden que solo hay un espacio sin tiempo, un tiempo sin espacio, una suerte de purgatorio entre puntos de salida y llegada, donde (¿o "cuando"? ¿cómo hablar de un no-lugar?) la pena de la rutina se comparte a través del pasamanos y deja impregnado en la mano su olor a sangre coagulada.

Pero pronto la vergüenza de pecar de egocentrista refuerza la fachada de individualidad, y el interior del colectivo se hace concreto y único, y nosotros dejamos las nebulosas para el espacio, la incertidumbre para la física y el boleto en la mano, por si sube el inspector.