martes, junio 14, 2011

Veinticinco años sin Borges

... y yo escribiendo cuentos. No tengo vergüenza.

Juro que sonó como un bebé llorando.

En la penumbra del cuarto, donde apenas se recortaba el contorno del armario contra la pared, el gato de Sofía dormía en algún lado. Acostumbraba a entrar por la ventana, en cualquier momento de la noche, sigiloso como el ascenso de la luna. Volvía de sus cacerías, de sus enfrentamientos por territorios o hembras, volvía silencioso, con la calma que solo los vencedores conocen.

Nosotros sabíamos que estaba ahí como todas las noches, aunque no lo pudiésemos ver, porque los gatos y los hombres somos animales de costumbre. Siempre que una pierna o un brazo estuviesen fuera de las frazadas, colgando de la cama, el gato venía a acariciarse. Eso nos causaba tanta gracia como asco.

Gracia, porque no precisaba de nuestra cooperación al momento de acariciarse. Bastaba que el brazo esté colgando, para que él se deslice entre los dedos, que lleve la palma hasta su lomo y que enrosque la cola en la muñeca. Todo esto sin que nos diésemos cuenta, pocas veces nos despertaba.

Asco, porque muchas veces venía magullado, todavía sangrando de algún enfrentamiento y a la mañana, nos descubríamos con una mano llena de sangre de gato seca, la cara manchada, las sábanas como un lienzo de una pintura carmesí. Y el gato, en un rincón, durmiendo, esperando la tarde para salir de su letargo y volver a sus andadas.
El abuelo de Sofía desconfiaba del gato, decía que si fuese bueno, ya se habría muerto en algún baldío. Mi novia, en cambio lo amaba como solo las mujeres solteras pueden querer a un gato. A mi me era indiferente hasta aquella noche.

Era entrada la madrugada, cuando el roce del pelo del gato en la planta de mi pie me sobresaltó. Había soñado con tristeza y llantos, y tenía la boca seca. Antes que pudiese acomodarme nuevamente entre las sábanas lo oí. Un quejido lastimoso de bebé, en algún lugar de la habitación.

Quizás era un caso de indigestión de cuentos de Cortazar, la vigilia peleando con el sueño por ver quien interpretaría primero la realidad, entre los escombros de una ficción que poco a poco se volvía oscura como el fondo del cuarto y el sollozo del bebé.

Si era parte de un sueño, ya se tendrían que haber disipado, como la modorra que le iba haciendo lugar a un sentimiento de alarma que no parecía tener sentido. Pero el gemido del bebé volvió a sonar durante un segundo, en la esquina más alejada del cuarto, debajo de la ventana por donde entraba el gato. La claridad que brillaba en la ventana, hacía más difícil ver que había allí debajo.

"Debe ser el gato llorando" intenté tranquilizarme, mientras lo buscaba con los ojos ciegos. Luché contra las sábanas, que habían atrapado mi brazo derecho a lo largo de la noche, y traté de alcanzar el interruptor del velador. Tanteando, dí con el cable y lo empecé a recorrer con los dedos. Hacia arriba, choqué con el cuerpo del velador, había ido en la dirección equivocada. Cambié la dirección y en la mitad del descenso el bebé claramente tuvo hipo, hipo de bebé, no podía ser el gato y parecía estar a un metro de distancia, sobre el escritorio que lindaba con la mesa de luz.

Me paralicé y abrí los ojos lo más que pude, tratando de que hasta la última gota de luz entre en mis retinas y pudiese ver qué era lo que lloraba y gateaba encima del escritorio, qué era eso que estaba a punto de caerse, pero saltaba a último momento a la mesa de luz y se acercaba llorando a centímetros de mi mano y era un llanto de bebé, estaba seguro que era un llanto de bebé reclamando.

Metí el brazo nuevamente en la cama y me cubrí completamente con la frazada. El gemido se ahogó entre las capas de abrigo. Sentía el cuerpo agarrotado, llevado al extremo de la fuerza física, agarrando las frazadas tan fuertemente que me lastimaba las manos. Después de un minuto que tardó una eternidad, el llanto pareció alejarse, volver al escritorio, retirarse hasta el armario, hasta que un último hipo sonó sobre el umbral de la ventana. Hubiese deseado en ese momento asomar la cabeza y ver la silueta de aquello que había estado rondando en el cuarto, pero el terror no me dejó moverme y casi instantáneamente caí en un sueño profundo.

A la mañana siguiente encontramos al gato muerto debajo de la ventana. Estaba tan seco que parecía embalsamado. Después del desayuno, rompí con Sofía.

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